El incendio de la obsesión

Llevo días obsesionado con Dune.

No creo que sea una sorpresa, al menos no para nadie que me conozca. La adaptación fílmica de Denis Villeneuve tiene una poderosa combinación que elementos que me hipnotiza, como a tantas otras personas; una historia trascendental, música atmosférica y cargada de tonos bajos, una cinematografía y dirección digna de un maestro, y elementos culturales congestionados en un sólo prisma universal y propio. El resultado conecta y resuena a suficientes niveles como para que legiones hayamos pasado las últimas semanas aumentando nuestra cascada de Hype. Mi compañera de habitación, liada de trabajo y asuntos personales, se leía el primer libro de la saga mientras yo devoraba un artículo tras otro, sin querer ni poder dejar de aumentar la expectación.

Y es que esto viene de lejos, señoría. Recuerdo salir de “Cómo entrenar a tu dragón 3” y pasarme el día siguiente llorando, desde que me desperté hasta que terminé de cortar cebolla para la cena. O con Breath of the Wild y esa constante búsqueda de cada nimio detalle del mundo, fuera y dentro de la consola. O Shingeki con su última temporada, y la renovada fiebre que arrastró sobre el fandom. O con Interstellar, Donnie Darko, o la eterna lista de obras que cuando me han pillado lo han hecho durante largos días de devoción absoluta. Aunque ahora soy adulto y lo manejo mejor, de pequeño esos arranques obsesivos eran arrolladores; me volvía incapaz de enfocarme en nada que no fuese el motivo de mi fijación. Eso me llevó a recolectar prácticamente todos los juegos de Spiderman que tenía a mi alcance (Y hablo de todo, juegos flashes incluidos). La obsesión sólo remitía cuando las otras obras de arte no me satisfacían lo suficiente como la original, o cuando simplemente no encontraba más productos directos que consumir.

Casi podría parecer un lastre. Todo en exceso es malo, nos repiten desde el colegio, y hay muchos ejemplos de cuánta razón tienen. Sin embargo, también nos repiten que toda moneda tiene otra cara. Siendo Asperger, tener aficiones obsesivas ha sido una de las buenas constante. La ficción era un refugio estimulante y seguro donde desarrollarme, lejos del hostil mundo exterior. Me permitía despedir una pasión que con el paso de los años se ha convertido no sólo en mi dedicación y mi trabajo, sino mi forma de encauzar la realidad y desgranarla hasta donde alcanza mi capacidad. Si hubiese sido algo casual no habría impactado tanto, ni me permitiría ser capaz de atar y saltar al mundo de la ficción con tantísima facilidad.

Está claro que también tuvo su lado nocivo; la dificultad de encajar en tareas que no correspondiesen con mis intereses sigue siendo un elemento primordial de las dificultades entre los Autistas. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en cómo llevamos años pintando la obsesión como algo estríctamente negativo, cuando la realidad es mucho más polivalente. Si nos la replanteamos, veremos que la obsesión es una faceta más de los impulsos que nos llevan a perseguir nuevos objetivos y entender en profundidad nuestro entorno. A veces con más acierto, otras con menos.

Porque, ¿qué es el amor sino obsesión temporal y en distintas fases? ¿Qué sería de los artistas, los creadores, los exploradores de todos los ámbitos sin esa fuerza que ata el deseo y la voluntad? Es el acoplamiento de una realidad a la tuya donde refugiarse y recargarse, un punto fijo desde el que saltar a otros móviles y cambiantes. La obsesión nubla nuestro pensamiento, la vuelve una visión de túnel que es tan peligrosa justamente por eliminar variables de nuestra vista que siguen estando alrededor. A su manera, es una apuesta; una en la que se recrudecen las consecuencias, pero una sin la que no se podría salir del estatus quo. Pasa lo mismo que con la ambición; culturalmente la relacionamos con un potencial destructivo casi inigualable, pero también con la consciencia de que sin ella no habríamos salido de las cavernas. Si no nos replanteamos la realidad, si no desafiamos y apostamos, sólo nos moveríamos por cuestiones de vida o muerte. Y si tenemos que llegar a ese punto, no tendremos precisamente pocas posibilidades de sobrevivir.

Quizás, hay tantas historias hablando del lado venenoso de la obsesión porque es difícil que un artista nunca llegue a conocerla. El arte es dedicación, horas de trabajo, aislamiento y frustraciones volcadas en una representación distorsionada de la realidad. Hubo ocasiones en las que no podía centrarme en mi trabajo, y otras en las que ese hiperfoco me ayudó a prodigarme a nivel creativo, y sé que no soy el único. Es esa fuerza extrema que nos impulsa a perseguir utopías ante viento y marea, esa emergencia de la que no podemos escapar. Es una faceta más del poder que nos permite, dentro de nuestro poder, cambiar el mundo.

¿Sabéis lo más gracioso de todo? Anticipándose a mi fiebre, mis amigos me regalaron Dune en mi cumpleaños de 2019…y me aburrió soberanamente. Esperaba algo muy distinto y no conectó nada conmigo. Sólo con el tiempo logré cogerle más y más aprecio a lo que había conseguido…al contrario que Villeneuve. Porque el director de la nueva adaptación creció hipnotizado por esa obra, y la película que ahora me tiene obsesionado no es sino el legado de sus propias emociones y pensamiento. Hace décadas fue él el obsesionado; ahora soy yo, y en el futuro, esa llama se prenderá y expandirá hasta nuevos creadores, que continuarán el ciclo de historias que lleva encendido desde el primer cuento en la hoguera hasta nuestros días. Continuarán la defensas del ecosistema y la crítica al imperialismo despiadado, la fascinación por el universo en el que vivimos, y la complejidad de una realidad que sólo replanteándonos podremos salvar. Continuará las obsesiones por pequeñas esquirlas de la realidad, y aunque corten, seguiremos manipulándolas hasta aprender a manejarlas antes de lo que lo hicimos ayer. Los memes, al igual que los genes, seguirán mutando.

Ya que no podemos parar nuestra propia Yihad, ¿por qué no redirigirla hasta un mundo un poquito mejor?

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